LIBROS

Didí Gutiérrez y el rescate de la memoria del padre

“Abigaíl acaba de cumplir 18 años cuando se entera de que podría perder a su padre. A partir de ese momento, esta adolescente furiosa, desenfadada y vivaz nos enternecerá con sus recuerdos de infancia”. En entrevista con Proceso, la autora detalla la construcción de su primera novela.

jueves, 16 de noviembre de 2023 · 13:46

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- "Un alud sepulta su vida pasada", esa frase resume la novela de la periodista Didí Gutiérrez. En La alegría del padre, la también escritora presenta una historia sobre los claroscuros de la muerte y la vida; de aquello que Octavio Paz llamaba "la ausencia es presencia". Ante la noticia de la muerte, el personaje del libro comienza un viaje en dos tiempos para encontrarse y rescatar el amor y la relación como hija, ante la pérdida de la figura de nuestro mundo.

"Un día, cuando crezcas, mira hacia atrás y te darás cuenta de que el pasado es algo extraño".

Los hijos siempre creen que tienen tiempo, que la muerte del padre es una posibilidad tan alejada como el Sol. En entrevista con Proceso, Gutiérrez habla sobre la complejidad de escribir sobre este tema y lo que representa el encontrarse en una historia, que por un instante parece un duelo, pero que como el lector descubrirá en su parte final, es una dedicatoria de esperanza. 

El argumento de la historia es simple: "Abigaíl acaba de cumplir 18 años cuando se entera de que podría perder a su padre. A partir de ese momento, esta adolescente furiosa, desenfadada y vivaz nos enternecerá con sus recuerdos de infancia, sus emociones intensas siempre cambiantes, sus ganas de pertenecer y entender un mundo que le fascina y le intimida, y al que no siempre sabe muy bien cómo acercarse. En tanto, larelación con su padre se va hilando entre suturas, a veces temblorosas, pero con la certeza del amor como telón de fondo".

"Al final en estos momentos tan duros, el arte, la ficción, la literatura es una resistencia y un refugio, un lugar al cual volver. Los libros a veces nos salvan de ese racero. No voy a profundizar. Surgió de un hecho muy concreto, el germen parte de la enfermedad de mi padre", asevera al ser cuestionada sobre el origen de la historia. 

"¿Qué pasaba cuando el efecto del amor nos poseía?", se autocuestiona la editora al momento de reflexionar sobre la manera de escribir. "Creemos que la mente es superior a nuestra emociones", sentencia. 

La historia ocurre en dos temporalidades, el pasado lúcido, donde nuestra niñez parece permanecer intacta y el presente, donde converge la realidad cruda. La reflexión de nuestras propias historias, entrelazadas en las memorias de nuestros padres y lo que ellos representan para cada historia personal. 

"No leemos como es, sino como lo que somos. Ella (el personaje principal) tenía que ver a lo largo de la novela algo que le pareciera que siempre está viendo, experimentando. Teniendo experiencias que podrían parecer fantásticas, sobrenaturales. La forma en que se modifican los sentidos, al tiempo, su memoria pareciera más nítida y en el presente hay muchas dudas".

Fotografía: Archivo personal de la escritora.

Gutiérrez estudió Comunicación en la UNAM y Creación Literaria en la SOGEM. Fue reportera cultural y obtuvo la beca Jóvenes Creadores Fonca, en cuento y novela. En 2019 ganó el I Premio de Crónica Breve Carlos Monsiváis. Es cofundadora y coeditora del fanzine sobre moda y humor Pinche Chica Chic. Su primer libro de cuentos, Las Elegantes, se publicó en 2021. Y su primera novela se ha publicado bajo el sello Alfaguara de Penguin Random House.

Proceso pone a disposición de sus lectores un fragmento del libro:

Yo creía que los libros hablaban y le prestaban su voz a papá por las noches. Él era un ser silencioso la mayor parte del día, pero se volvía uno hablantín al abrir el libro que me leería antes de dormir. Bastaba con que posara los ojos en las páginas para que empezara a decir palabras nuevas para mí. Recuerdo en especial dos del único poema que se sabía sobre una pequeña princesa llamada Margarita que subía al cielo sin permiso a cortar una estrella, como si se tratara de una flor. El palacio donde ella y su padre, el rey, vivían era de diamantes, había una tienda hecha del día, tenían un rebaño de elefantes, un kiosco de malaquita y un gran manto de tisú. Nunca he vuelto a escuchar esas palabras en ningún lado, pero al menos ahora sé qué significan. La malaquita es una piedra color esmeralda que pareciera haber sido moldeada en un yacimiento lisérgico, en combinación con alucinógenos, por su aspecto semejante al estampado psicodélico de la ropa hippie. Y el tisú, una tela de seda entretejida con hilos de oro o plata. Se expandía el vocabulario de papá como por arte de magia, las frases se teñían de colores, podíamos apreciar juntos los lilas de las galaxias y los blancos de los glaciares. Su tono aterciopelado acariciaba mis oídos, en tonos pastel. Las cuerdas vocales de papá emitían un timbre suave, casi juvenil. Sus palabras se mecían en un vaivén. Los libros para mí eran hechizos, cuyo encantamiento se lanzaba cuando eran abiertos de par en par, y papá, su poseso, traducía la maravilla cifrada en las páginas, como si cantara. Es probable que él nunca haya cantado, pero a cierta hora de la noche, lo único que alcanzaba a escuchar era su voz como una canción instrumental. El sueño venía en oleadas, y sus ondulaciones le conferían musicalidad al relato de papá pero le restaban sentido, mientras yo cabeceaba. Después caía dormida.

Siempre me dormía antes del final porque los cuentos que papá leía me desagradaban un poco. Me hartaba de escuchar sobre princesitas que se casaban con príncipes y ya, yo estaba convencida de que la vida debía consistir en algo más. Una historia en especial me daba terror, la de Rapunzel, acerca de una jovencita que encontró el amor gracias a su larguísima cabellera. Era un cuento de hadas cualquiera, pero a mí me había crecido tanto el pelo en los últimos tiempos que, aunque me gustaba, temía sus efectos, sobre todo si se parecían a los de la pobre princesita esa. Si los libros lanzaban conjuros, yo no quería que los de éste me alcanzaran. Prefería pasar a la Historia de mejores maneras, para nada me interesaba usar mi virtud capilar en agradar al sexo opuesto, mejor en un concurso por la mejor melena y ganar mi propio dinero o como donación a un centro de investigación pública en pos de determinar los motivos de su desmedido crecimiento. Era anormal que una niña tuviera metros y metros de pelo, podía ser récord Guinness.

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