Dicen que una de las peores preocupaciones que puede tener una mamá es la de ver a alguno de sus hijos en la cárcel. Y si a ello se suman el hecho de ser el único sustento de su familia y largos turnos de trabajo para sacar adelante a su familia, algunas veces es solo cuestión de tiempo antes de que ocurra una tragedia.
Eso fue lo que le sucedió a Marta “N”, una mujer que purgó una condena de 18 meses en prisión luego de olvidar despojarse de su celular mientras realizaba una visita a su hijo, quien espera sentencia en un penal del Área Metropolitana de la Ciudad de México.
“Yo soy madre soltera. Yo era papá y mamá para mis hijos. A mi hijo lo acusaron por una violación, entonces fui de visita. Yo, con el afán de sacar a mi hijo, estaba trabajando tres turnos: el turno de la mañana, el turno de mediodía y el turno de la noche.
“La verdad no tenía ni cabeza para agarrar mis precauciones y me agarraron por mi celular. Era un celular que cargaba para mensajes de mis hijos, llamadas de mis hijos, llamadas de mi trabajo”, recuerda, en entrevista exclusiva para El Heraldo de México, Marta “N”, quien estuvo recluida en un penal del Área Metropolitana de la Ciudad de México.
Una dolorosa separación
Habían pasado solo dos meses desde la detención del hijo de Marta cuando la madre fue acusada e ingresada a un penal mexiquense, lo que dejó desvalidos a sus otros tres hijos, todos ellos menores de edad.
“La separación de mis hijos era lo que más me preocupaba, porque estábamos muy unidos. Eso fue lo que más me preocupaba, porque pues yo no tengo familia. Ellos tienen a sus abuelos paternos, pero pues mi suegra está muy enferma y su abuelo pues ya es una persona grande.
“Cada uno de sus tíos ya tienen sus propias familias. Sí venía una de mis concuñas de vez en cuando a darles una vuelta, pero pues no era igual”, explica.
La falta de quien era su sustento principal impactó severamente a la familia de Marta. Uno de los primeros golpes lo recibió el más pequeño de la familia, quien debió esperar para poder entrar al primer año de primaria.
“Mis hijos son unos niños muy inteligentes, muy listos. Desde pequeño les enseñé que pues nada más estaban mamá y ellos. Gracias a Dios tengo una casa, no rentamos, no rentamos porque yo luché por esta casa desde mucho antes de que ellos nacieran.
“Ellos estudiaban. Tenía un niño en secundaria. Iba a terminar su secundaria mi niño y uno de ellos ya estaba en la prepa. El otro iba a entrar a la primaria cuando yo caí en ese lugar. Iba a ser su primer año de primaria, e incluso mi hijo perdió un año hasta que yo regresé”, relata.
A pesar de las precariedades que sufrió en prisión, Marta tenía claro que no iba a permitir que sus hijos se quedaran sin educación, por lo que llevó el sacrificio al extremo para conseguir lo necesario para que ellos siguieran estudiando.
“Mi hijo trabajaba de barbero y me decía: ‘no puedo mamá, no puedo’. Yo tenía unos ahorros para que mi hijo no dejara de estudiar, porque ya estaba casi para terminar su prepa.
“Le dije dónde tenía ahorros y me dijo ‘me voy a salir porque no tengo para la prepa’. Yo me aferré y le dije a mi hijo que no, que lo más importante era su estudio, que se preparara, que pasara lo que pasara, ellos se siguieran preparando. Yo tenía cosas, cadenitas, pulseras de oro, le dije ‘véndelas, empeñalas’, pero sigue estudiando”, detalla.
La luz al final del túnel
Durante largos meses, Marta “N” se resignó a su destino. Sin dinero para contratar un abogado ni para obtener lo mínimo necesario al interior de prisión, no parecía que las cosas fueran a mejorar en el corto plazo.
Sin embargo, la aparición de las voluntarias de La Cana permitió que la mujer pudiera acceder no solo a un pequeño trabajo que le permitió obtener lo mínimo necesario para vivir con dignidad en prisión, sino también tener la oportunidad de un proceso que, al final, le permitió reunirse nuevamente con sus hijos en libertad.
“Mi comportamiento no era ni de pelear ni de andar de aquí para allá, sino que, como yo sabía que no tenía manera de que me fueran a visitar o que me fueran a llevar cosas, pues yo me metí en la jornada del penal.
“Me metí en un taller donde arman pinzas para colgar la ropa para poder generar un poco de dinero y así tener mínimo lo más indispensable, que era el jabón, el cloro, el Fabuloso, que era lo que se ocupaba para limpiar la celda”, expone.
Gracias a su comportamiento y al trabajo realizado por las voluntarias de La Cana, Marta tuvo la oportunidad de seguir su proceso en libertad, por lo que debe portar un localizador y cumplir con ciertas medidas para evitar su reingreso, pero incluso su salida no fue sencilla.
“Yo salí del reclusorio con mucho miedo, porque me sacaron de noche, después de año y medio de no ver la calle y, como también iban a salir cinco varones, la custodia abre la puerta y me dice: ‘¡sálgase señora!’ Y yo al momento que doy un paso hacia afuera, se acercaron muchas gentes y yo de verlas, pues me eché para atrás. Y me dice la custodia, ‘¡sálgase!’”, recuerda Marta “N”.
Al final, el reencuentro con sus hijos se convirtió en uno de los momentos que atesorará con más cariño en su vida, luego de pasar 18 meses en reclusión.
“Yo vi que se acercaron dos jovencitos, pero no los conocí. Yo vi que se acercaron y me quedé viendo. Y ya que se acercaron más, me quedé viendo su cara y dije: ‘pues si son mis dos pequeños’. Y atrás iba mi hijo Edgar.
“Y me dice: ‘ya mamá, ya estás afuera, ya estás afuera’. Y los tres me agarraron y me abrazaron. Para mí, la verdad, fue un milagro”, concluye, conmovida, Marta “N”.
Cortesía de El Heraldo de México.
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