Cada verano, en Ma’rib (Yemen), un lugar marcado por la pérdida y la incertidumbre, un torneo de fútbol* ofrece una rara esperanza. Para cientos de jóvenes desplazados que viven en más de una docena de lugares, es una oportunidad de unirse, pertenecer y soñar.
El torneo es más que un acontecimiento deportivo. Es un salvavidas.
En la gobernación de Ma’rib, donde se han asentado más de 2,3 millones de desplazados internos, las familias viven en refugios improvisados, a menudo tras verse obligadas a huir varias veces. El agua escasea, el calor no perdona y el acceso a la educación y la atención sanitaria es limitado en el mejor de los casos. En estas condiciones, hay poco espacio para la infancia, y mucho menos para el juego.
Sin embargo, cuando suena el silbato, algo cambia. En el campo, los niños y los adultos jóvenes ya no se definen por el conflicto.
Por un momento, se convierten en compañeros de equipo, competidores y atletas decididos, centrados en el juego y en nada más.
El torneo de este año, organizado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), reunió a jóvenes de más de una docena de lugares de desplazamiento, entre ellos Salwa, Al-Ramsa y Al-Sowayda. En zonas donde la vida cotidiana puede resultar pesada y aislada, los partidos crearon un sentimiento de conexión y comunidad.
© OIM/Haithm Abdulbaqi
Más que una distracción, es un refugio
Entre los jugadores se encuentra Basheer, un joven de 26 años desplazado de su hogar y que ahora vive en el corazón del asentamiento de Salwa. Basheer carga con mucho más que su propio futuro. Es el sexto de siete hermanos y el único con ingresos estables.
Todos los días trabaja en un minibús, llevando y trayendo gente por la ciudad desde primera hora de la mañana hasta última hora de la tarde. En un buen día, lleva a casa 20.000 riales yemeníes, apenas lo suficiente para comer.
El resto de la familia depende de él. Sus hermanos no tienen trabajo. El mayor consiguió llegar a Arabia Saudí y envía dinero cuando puede, pero la ayuda es irregular. La mayoría de los días, sobreviven con lo que Basheer es capaz de traer a casa.
Para Basheer el fútbol es más que una distracción. Es un refugio. Un raro momento de concentración y alegría en una vida marcada por el deber y la supervivencia.
“El fútbol me transporta a otro mundo”, afirma. “Cuando estoy jugando, me olvido de todo lo demás”.
“Algunos vinieron descalzos y jugaron todo el día bajo un sol abrasador”
A pesar de su popularidad, el torneo de este año se enfrentaba a un grave problema: la falta de financiación.
En años anteriores, la OIM había conseguido equipar completamente a los equipos. Los jugadores recibían botas de fútbol, calcetines, camisetas, pantalones e incluso porterías adecuadas.
Este año, el equipo de coordinación y gestión de campamentos de la OIM sólo pudo proporcionar camisetas básicas.
Jamal Alshami, asistente de campo de la OIM y uno de los organizadores más veteranos, temía que la participación se resintiera y que los jugadores perdieran el interés o se sintieran desanimados. Pero ocurrió lo contrario.
“Se apuntaron incluso más jugadores que el año pasado”, cuenta. “Algunos vinieron descalzos y jugaron todo el día bajo un sol abrasador. Estaban contentos de estar allí”.
© OIM/Haithm Abdulbaqi
El desplazamiento afecta a la salud mental. La vida en los campos es estresante y aislante. Pero el deporte, y el fútbol en particular, ofrece a los jóvenes una forma de reconectar consigo mismos y con los demás.
“Cuando la gente se desplaza, lo deja todo atrás. Eso incluye las cosas que solían disfrutar”, dice Alshami. “Por eso estas actividades son importantes. Ayudan a la gente a relajarse y a volver a conectar con algo que una vez amaron”.
Esa sensación de alegría se sintió mucho más allá de los propios jugadores. Los espectadores se congregaban en las bandas, animando con cada gol. Los comentaristas daban vida a los partidos con sus animadas narraciones. Incluso los encargados de los campos hacían una pausa en su trabajo para verlos.
Durante unas horas cada día, los campos parecían diferentes. Se sentían más ruidosos, más ligeros y llenos de vida.
Dado que Ma’rib sigue recibiendo nuevas oleadas de desplazados, la OIM está trabajando para acercar la salud mental y el apoyo psicosocial al terreno.
Esto incluye deportes, clubes juveniles y eventos culturales. El fútbol, en este contexto, es más que un juego. Es un recordatorio de identidad. Una forma de curarse. Un momento de vida normal en un lugar donde muy pocas cosas parecen normales.
*El torneo de fútbol de Ma’rib fue posible gracias al apoyo de la Ayuda Humanitaria de la UE (ECHO) y de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), en el marco de las actividades más amplias de coordinación y gestión de campamentos (CCCM) de la OIM.
Cortesía de Naciones Unidas.
Dejanos un comentario: