México es el segundo país con más católicos en América, solo por detrás de Brasil. Esta situación no ha cambiado mucho desde la llegada de los europeos y la evangelización, pero eso no significa que no existieran momentos de tensión.
Uno de los más importantes se dio a mediados del siglo 19 cuando, bajo el gobierno de Benito Juárez, se promulgaron las Leyes de Reforma, las cuales acotaban el poder y riqueza de la iglesia en el país.
Aunque la mayoría de los católicos siguieron las directrices dictadas desde El Vaticano con respecto a la defensa de las propiedades eclesiásticas, hubo algunas voces que se levantaron en contra de ello y querían someterse a las leyes nacionales.
Este distanciamiento provocó un pequeño cisma que cobraría relevancia décadas más tarde y que, incluso, llegaría a la elección del primer y único Papa que ha tenido México a lo largo de la historia.
Lo del César, al César
Eduardo Sánchez Camacho era obispo de Tamaulipas hacia mediados y finales del siglo 19. Al escuchar los planes que tenía el gobierno de aquel entonces con respecto a la iglesia y sus propiedades, decidió alinearse con las autoridades y tratar de convencer al alto clero de estas ideas.
La postura de Sánchez Camacho se hizo cada vez más beligerante, llegando a negarse a coronar a la Virgen de Guadalupe e incluso dudó públicamente de su existencia. Esto hizo que Roma enviara al arzobispo Nicolás Averardi, quien depuso al clérigo norteño, exiliándolo en su propiedad, llamada El Olvido.
Sin embargo, sus ideas habían tenido resonancia en un joven cura oaxaqueño, José Joaquín Pérez Budar, a quien el obispo depuesto le pidió poner los cimientos para fundar la Iglesia Católica Apostólica Mexicana.
Sánchez Camacho murió, pero la labor que le encomendó a Pérez Budar no se olvidó, si bien tuvieron que pasar varias décadas antes de que el germen de esta nueva iglesia fructificara.
Cristeros y apóstatas
Poco a poco, Pérez Budar logró reclutar a otros sacerdotes de distintos puntos del país para crear un movimiento cismático que esperaba el momento adecuado para surgir. Y la Guerra Cristera, emprendida por Plutarco Elías Calles contra la Iglesia Católica, fue el momento ideal.
El 21 de febrero de 1925, la Iglesia Católica Apostólica Mexicana lanzó su comunicado fundacional. Proponía que las limosnas no se fueran a Roma, que los sacramentos no se cobraran, que los curas y religiosos no tuvieran que guardar el celibato.
Con el apoyo de integrantes de la Central Revolucionaria Obrera Mexicana, sacaron a punta de pistola a los curas que se encontraban al interior del antiguo Templo de la Soledad, en la zona de la Merced, donde impusieron su primera sede.
Tras la protesta oficial del Episcopado Mexicano y una revuelta en la que dos personas resultaron muertas, Elías Calles los desalojó, pero les permitió tomar un templo olvidado, el de Corpus Christi, frente al Hemiciclo a Juárez. Aunque en un principio parecía una derrota, en realidad fue su primer momento de gloria.
Una guerra a su favor
Al disociarse de la Iglesia Católica, Pérez Budar y sus seguidores debieron realizar una nueva burocracia al interior de su movimiento. Así, él se autonombró patriarca y a algunos de sus seguidores los propuso en cargos de importancia.
Su impacto no fue menor. Poco a poco se sumaron iglesias y parroquias en Jalisco, Estado de México, Puebla, Veracruz, Chiapas y Tabasco, donde contó con el apoyo del entonces gobernador del estado. También, aunque nunca fue público, se dice que el mismo Plutarco Elías Calles también lo apoyaba.
Tiempo después, el religioso decidió fundar la Iglesia Ortodoxa Mexicana y nombrarse el patriarca absoluto, lo cual fue aceptado por sus seguidores. Desde entonces, ofrecieron culto en el templo del Centro Histórico.
Pérez Budar falleció en 1931, dos años después del fin de la Guerra Cristera. Sin su guía, el movimiento comenzó a llenarse no solo de religiosos, sino de personas que ambicionaban otras cosas. Y allí llegó el Papa mexicano.
Un Papa mexicano
La muerte de Pérez Budar provocó un fuerte cisma al interior de la Iglesia Ortodoxa Mexicana, sobre todo porque, en su lecho de muerte, abdicó como patriarca y juró nuevamente lealtad a la Iglesia Católica. Muchos de los miembros fundadores salieron con su muerte.
Dos años después de su muerte, el cura Eduardo Dávila Garza y su grupo se apoderaron de las posiciones más importantes en la Iglesia Ortodoxa Mexicana, que regresó a su denominación original, Iglesia Católica Apostólica Mexicana. El 12 de diciembre de 1933 realizó un acto inédito: se autonombró Papa.
El furor que había causado la iglesia cismática había decaído desde el fin de la Guerra Cristera, y muchas de las pequeñas parroquias que habían seguido a Pérez Budar ya se encontraban nuevamente en las filas del Vaticano, por lo que el nuevo Papa mexicano necesitaba recursos.
Diarios de la época señalan que varias bandas de jóvenes perpetraban robos en iglesias católicas para mantener a la Iglesia Católica Apostólica Mexicana, mientras Dávila Garza, quien se había renombrado como Eduardo I, tenía ranchos en el norte de Puebla donde explotaba a trabajadores indígenas en condiciones de semiesclavitud.
Tanto la falta de fieles como la fuga de seguidores hizo que la iglesia cismática desapareicera poco a poco y, para la década de los 50, tuvo que cerrar sus puertas de forma definitiva.
El Templo de Corpus Christi, dedicado durante la Colonia a la formación y educación de mujeres de los pueblos originarios, quedó abandonado por varias décadas, hasta que fue nuevamente rescatado por el gobierno federal, quien lo convirtió en el actual Archivo de Notarías.
Cortesía de El Heraldo de México.
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