CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Con esta entrega concluimos, preclaro lector, el recorrido alrededor de un erotismo favorecido por la música. Sobra repetir que la imaginación ha jugado un papel capital, ya que, sin ella, ni los destinos sugeridos ni el erotismo por sí mismo habrían tenido ocasión de serlo. Pero antes de proseguir, vale esclarecer algunas decisiones que pudieron sonar arbitrarias, como plantear la escucha de Rachmaninov en Alemania y la de Brahms en Suiza… (Monteverdi en Venecia y Guzik en Coahuila fueron consecuentes entre sí). (1)
La razón estriba en que buscamos la correlación entre las obras musicales y su lugar de nacimiento; así, es de asentar que Rachmaninov compuso su segunda sinfonía entre los años 1906 y 1907, cuando ya se había afincado en Dresde. En cuanto a Brahms, nos tomamos una licencia puesto que su tercera sinfonía no vio la luz en Suiza (2); no obstante, Thun fue la localidad donde más se inspiró –pasó ahí los veranos de 1886 a 1888, y en una pared del sitio que habitó (3) se lee: “A esta tierra, ávida por cantar desde siempre, Brahms le dio nueva gloria con su canto” – y donde produjo muchas gemas sonoras.
Con respecto a lo que queremos obsequiarle hoy, benevolente leedor, le anticipamos que haremos un viaje relámpago –ahora por los vericuetos de la historia– en el que abordaremos muchas de las convenciones sociales –también las anomalías– que caracterizan nuestras relaciones interpersonales y, sobre todo, las de pareja. Asimismo, le ofreceremos un florilegio de composiciones que podrán ser aptas tanto para el cortejo y el preámbulo amoroso, como, obviamente, para el clímax de sus relaciones íntimas y los momentos de “sobrecama”. Aunque su uso esté sujeto a los estados de ánimo y pueda ser aleatorio, le garantizamos que apelará a lo más desgranado del arte sonoro de Occidente.
Si nos remontamos a la prehistoria, digamos hace 30 mil años o al paleolítico superior, tendríamos que admitir que nuestros ancestros manejaban su sexualidad de manera similar a la de los primates evolucionados, es decir, el intercambio de parejas y la opción de tener varias a la vez era lo “aceptado”. En las cavernas se realizaba el coito sin nociones de “pudor” ni la urgencia de “privacidad”, acaso favorecida por las penumbras de una fogata en la que, después de haber comido, unos danzaban mientras otros se entregaban a los mandatos de la reproducción. Pese a que el lenguaje era aún rupestre, la música tenía ya una función definida, ligada a los rituales de apareamiento de otras especies. Fue la época en que el humano descubre que su cuerpo produce sonidos y comienza a fabricar instrumentos musicales, además de plasmar las primeras representaciones de sí mismo.
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Cuando se transmuta el nomadismo de cazadores y recolectores por el sedentarismo de los descubridores de la agricultura, las relaciones interpersonales inician su proceso de encajonamiento, es decir, el macho caza, y la hembra, fundamentalmente, amamanta a los críos, aunque el concepto de núcleo familiar todavía no se solidifica. A los niños los educa la tribu entera. De notar que antes de aprender a cultivar la comida el hombre ya era diestro haciendo música y no sería raro que, merced a su embeleso, la práctica del sexo por mero placer iniciara entonces su vertiginoso camino evolutivo. Es también la época –10 mil años atrás ca.– en que, para entender los misterios del mundo, nuestros ancestros crean a sus dioses, que son la representación de los fenómenos de la naturaleza con sus fuerzas creadoras y destructivas. Se afinca, pues, la superstición y surgen las religiones animistas, con su enorme caudal de bailes y músicas para respaldarlas.
Gradualmente nacen las primeras ciudades, como Jericó (8,500, a.C.), y se crean los primeros imperios, como el acadio (2,200, a.C.), que son coincidentes con la invención de la rueda y la escritura pero sobre todo con la incipiente acumulación de bienes materiales. ¿Y en cuanto al sexo? …a toda hora y por influjo mitológico. Pensemos en la vida en Egipto, con sus habitantes apenas cubiertos por túnicas y siendo hijos de Atum-Ra, su dios solar, quien se creó a sí mismo de la nada, y al carecer de pareja se masturbó derramando su semen para tener descendencia. A dioses posteriores, como Osiris y Seth, se les honra con música y sexo, puesto que en sus mitos se conjugan incestos, infidelidades y demás prácticas sexuales asociadas con las preocupaciones para descifrar arcanos y pulsiones. Empero, se piensa que la civilización egipcia fue, quizá, la última en concederle paridad a la mujer con respecto al hombre. De ahí en más aviene la cruenta sumisión femenina.
Si el matrimonio en Egipto era nada más cuestión de convivir bajo el mismo techo, en cambio para los griegos se convierte, en la época de Pericles (449, a.C.), en una obligación ciudadana. A la pobre griega se le confina y se le reprime, mientras los hombres hacen política, guerrean o se dedican a filosofar. Naturalmente, el erotismo sufre una transformación, limitándose las vivencias de placer para las mujeres y multiplicándose las de los varones, que están autorizados a tener amantes de ambos sexos y a frecuentar prostitutas. Lo paradójico del asunto es que ahí es cuando, en medio de este brusco cambio de paradigmas, florece el concepto de “música” y se establecen los modos para hacerla. Los dioses son sus creadores, como Hermes que arma la lira, Pan que introduce la flauta y Atenea que inventa la trompeta. De especial realce es la mención que entonces, con una mitología rica de favores sexuales y traiciones, se implantan las bases sobre las cualidades terapéuticas del arte en general y la certidumbre de ser la música un reflejo de la armonía del cosmos. Las primeras escalas musicales son coevas a los rituales en honor de Zeus y a las fiestas en la isla de Lesbos, donde a las mujeres se les consentían las relaciones homosexuales. De igual relieve es el surgimiento del canto lírico, casi siempre degustado por las mujeres “ricas” cuyos sirvientes las deleitaban con sus interpretaciones. Muy interesante enterarnos de que el estoico Zenón de Citio abogó por el amor libre en aras de acabar con el adulterio, y por la desnudez pública a fin de abolir inhibiciones.
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Conquistado el Mediterráneo por los romanos, las costumbres eróticas se potencian hasta grados inauditos de lujuria y perversión, que se acotan vagamente por lecciones púdicas de poca influencia. Es, pues, donde surge la “doble moral” que perfeccionará ulteriormente la Iglesia católica. Las bacanales, amén de la embriaguez aparejada, incluían la iniciación sexual de chicos, inclusive prohijada por sus madres. Y la decadencia de emperadores y patricios mereció críticas que se diluyeron en la nada. Sólo se implantó un veto en el año 186, a.C., para castigar el libertinaje de las bacanales, aduciendo que lo importante era que los jóvenes fueran a la guerra en vez de corromperse con fiestas y erotismos nefandos. Tenemos que anotar que el término “sexo” es de origen latino, empleándose para diferenciar las particularidades anatómicas de cada género. Igualmente hemos de apuntar que existió otro ritual dedicado a Príapo, en donde la obscenidad de los cánticos glosaba sobre el tamaño y la erección perenne de su miembro, y el caso del emperador Heliogabalo quien, al sentirse mujer por dentro, pensó en cambiarse de sexo y les pidió a sus músicos que le entonaran cantos que lo reconciliaran como ser transgénero.
Un siglo antes de la caída del Imperio romano se adopta el cristianismo, cuya influencia a lo largo del Medievo prolonga los vicios y las prohibiciones heredadas, llevándolas a niveles de complejidad e hipocresía inéditas. Por un lado y siempre con músicas de fondo, la realeza y el alto clero ejercen un erotismo desmedido, pero al común mortal se le imbuye de pecados y puniciones infernales nada más por atreverse a aceptar sus ganas de placer. Más de un milenio de oscurantismo religioso conforma nuestros arquetipos eróticos más recientes y ni con la llegada del Renacimiento se recupera la vivencia amatoria desinhibida y libre de complejos que se dio en la prehistoria. Tampoco la revolución científica ni la tecnológica han ayudado para que tengamos una equidad de género ni para que creemos un erotismo lleno de poesía y cuidado por el otro.
Con esto en mente, caro leyente, le regalamos las siguientes obras. Elija con desparpajo cuándo y cómo escucharlas. Si quiere manifestar su arrobamiento amoroso, acuda al Andante cantabile del cuarteto op. 47 de Schumann (4). Si desea algo más intenso, acorde con su afición por dejarle “chupetones” a su pareja, use la Danza ritual del fuego de Falla (5). Si anhela elevarse por los aires y consagrarse como amante, ponga el Notturno de Borodin (6). Si precisa sentirse émulo de Bacco, elija la Bacchanale de Saint-Säens (7). Si siente que su mexicanidad se merma cada día más, al parejo de su capacidad de “ligue”, recurra a Iztaccíhuatl, de Eugenio Toussaint (8). Y si seguimos hablando de erotismo, lo demás déjelo en manos de las musas y héroes que todos llevamos dentro… l
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1 Si bien la obra de Ariel Guzik no se vincula con Coahuila, lo está por la fauna de los desiertos mexicanos a la que le extrajo sus propias vibraciones.
2 Fue compuesta en el verano de 1883 en Wiesbaden, Alemania.
3 Fue demolida en 1933, pero se conserva la placa original.
4 https://youtu.be/1_tbV4LyNKQ
5 https://youtu.be/0V8FLjkpd00
6 https://youtu.be/RKsCxvT8e8Y
7 https://youtu.be/QbkCfxnoY4A
8 https://youtu.be/41d1iMaTHaE
Cortesía de Proceso.
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