“Cuando llegué a San Francisco, nadie me tendió la mano”, escribió Juan Gabriel en 1994. Su canción 187 no habla de orgullo ni de celebración. Habla de migración, desilusión y vigilancia. Es la voz de un artista que, como tantos otros, cruzó la frontera en busca del sueño americano. Pero California no lo abrazó. Lo recibió con neblina, discriminación y advertencias migratorias.
Ese mismo año, el estado aprobó la Proposición 187, una medida impulsada por el entonces gobernador republicano Pete Wilson. Su objetivo: negar servicios públicos esenciales —educación, salud— a las personas migrantes indocumentadas. La ley exigía que maestros, médicos y policías reportaran a quienes sospecharan fuera de estatus. Fue, en su momento, la propuesta antiinmigrante más agresiva del país. Aunque años después fue declarada inconstitucional, dejó una cicatriz profunda. Y un eco que regresa hoy con fuerza, alimentado por el discurso de odio de Donald Trump y quienes quieren repetir la historia.
A tres décadas de distancia, el país vuelve a cerrar la puerta. En junio de 2025, el Tribunal Supremo de Estados Unidos autorizó la entrada en vigor parcial de una orden ejecutiva firmada por Donald Trump el primer día de su segundo mandato, con la que se elimina la concesión automática de la ciudadanía a los hijos de personas migrantes indocumentadas nacidos en territorio estadunidense. El fallo, aprobado por seis votos contra tres, no entró a debatir la constitucionalidad del decreto, pero sí limitó el poder de los jueces federales para frenar decisiones presidenciales con efecto nacional. Esto permite que, en al menos 28 estados que no han impugnado la medida, la orden entre en vigor en los próximos días. Trump lo celebró como “una victoria monumental” en una conferencia de prensa en la Casa Blanca, donde desplegó su habitual retórica xenófoba y acusó a los “jueces izquierdistas radicales” de sabotear su agenda.
187, la canción, fue la respuesta de Juan Gabriel a ese contexto. Él no escribió columnas ni dio discursos. Cantó. Y con eso dijo todo. El panorama que encontró no fue solo migratorio. También fue íntimo. Ser un hombre queer, latino y artista en Estados Unidos implicaba vivir entre sombras. En ciudades como San Francisco o Los Ángeles, donde existía comunidad, también había exclusión. El Divo de Juárez supo de eso. En su música están el deseo y el desarraigo. En su silencio público, también la estrategia de sobrevivir.
Pero las ciudades también cambian. Hoy San Francisco ondea banderas multicolor en sus colinas y recibe a más de un millón de personas cada junio durante el San Francisco Pride, uno de los eventos LGBTQ+ más emblemáticos del mundo. El lema de este año, “La alegría queer es resistencia”, sintetiza lo que Juan Gabriel intuía: que existir, en ciertos cuerpos, es una forma de rebelión. Que cantar desde el margen es también reclamar un lugar.
Los espacios que hoy forman parte del Pride —el Castro Theatre, la Plaza Harvey Milk, el Triángulo Rosa en Twin Peaks— son sitios donde se recuerda, pero también se resiste. La ciudad que fue epicentro del Summer of Love en 1967 se ha transformado en un símbolo global de libertad sexual y diversidad.
Y el orgullo no termina ahí. Juan Gabriel también cantó que luego se fue “pa’ Los Ángeles”, una ciudad que describió como “bonita, pero con muchísimo smog”. Esa ciudad, que lo recibió con indiferencia, hoy sale a las calles. Más de 100 mil personas asistieron al Hollywood Pride Parade este junio, y la celebración no ha parado. Desde Santa Mónica hasta el Valle de Napa, desde Sacramento hasta Disneyland, California marcha. Hay cuentos drag en el muelle, cine queer en The Mission, vino y performance en Sonoma, y un festival en Balboa Park, en San Diego, encabezado por Kehlani y Kim Petras.
Treinta años después, tanto en San Francisco como en Los Ángeles, la historia ha cambiado. Las calles por donde caminó Juan Gabriel sin ser visto hoy se cierran para dar paso a miles que marchan orgullosos. El orgullo en California se ha convertido en un acto de memoria, sí, pero también de conquista del presente. De lo que se ha logrado y de lo que aún falta.
Juan Gabriel no encontró entonces una mano tendida. Pero su voz sigue cruzando fronteras. Este fin de semana, cuando su música suene desde un carro adornado con los colores del arcoíris, su eco será distinto. Porque como él, California también ha cruzado muchas fronteras: de la exclusión a la visibilidad, de la vigilancia a la celebración, del miedo al orgullo.
* La autora es integrante de ¡Exprésate!, de la Fundación Internacional de las Mujeres en los Medios (IWMF)
Cortesía de Proceso.
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