Cine

“Días perfectos”, de Win Wenders

En “Días perfectos”, Win Wenders encuentra el equilibrio entre vida cotidiana, rutina, el trabajo humilde como práctica ascética, y el estado contemplativo, sin necesidad de recurrir a ángeles.

sábado, 17 de febrero de 2024 · 09:33

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).– En japonés existe una palabra para describir el efecto de la luz que fluye a través de las ramas y hojas de los árboles: “komorebi”. No describe un estado sino una impresión, un momento que sólo puede apreciar quien se halle bajo la sombra del ramaje.

Me explica un amigo japonés: “No sólo es que la luz se filtre, sino que se escapa, como si las copas de los árboles no pudieran contenerla”. La noción implica atención, presencia, un estado meditativo.

Bajo esa disposición transcurren los días de Hirayama (Koji Yakusho), quien despierta, dobla y acomoda su futón en una esquina del pequeño departamento que habita, se cepilla los dientes, se rasura, riega sus plantas. Al ritual matutino, que incluye mirar al cielo, le sigue cargar aditamentos de limpieza en su camioneta. Así se dirige al barrio de Shibuya donde limpia los baños de los parques públicos, vestido de uniforme con el sello de Tokyo Toilet, la compañía que invitó a Wim Wenders a hacer alguna película para promocionar el éxito que ha tenido en la construcción y mantenimiento de baños públicos.

Si no fuese porque se trata del autor de “Paris Texas”, el tema de “Días perfectos” (Perfect Days; Alemania/Japón, 2023) sonaría a farsa o a melodrama, pero el pulso obtenido en una carrera de más de medio siglo –desde que emergió de las filas del Nuevo Cine Alemán de los años 70–sostiene la propuesta de principio a fin; además, la visión contemplativa de Wenders no es novedad, atraviesa la mayor parte de sus películas, prácticamente desde el arranque.

En “Días perfectos” encuentra el equilibrio entre vida cotidiana, rutina, el trabajo humilde como práctica ascética, y el estado contemplativo, sin necesidad de recurrir a ángeles (“Las alas del deseo”).

El guion, escrito en colaboración con Takuma Takasaki, implicó investigación documental precisa de lugar, tiempo y manera de trabajar, misma que Koji Yakusho, como el brillante actor que siempre ha sido, interna de manera concisa. Yakusho afirma que lo más importante para este trabajo fue aprender a limpiar a fondo los baños, a realizar los gestos precisos de un trabajador japonés. Hirayama cumple con su trabajo, sale al bosque, regresa a casa, toma un baño, y lee (Patricia Highsmith, Faulkner, según le apetece), y en el trayecto escucha en su casetera la música de Nina Simone, entre varios. El título de la cinta se refiere a la pieza de Lou Reed, “Perfect Days”. Hirayama es un hombre feliz para quien cada día es perfecto, afirma Yakusho.

Dramáticamente, Wenders contrapone al personaje de Hirayama con el de Takashi (Tokio Emoto), asistente del trabajador que encarna la tendencia del joven descuidado dedicado a revisar su celular a cada momento; en la mentalidad tradicional japonesa, ningún trabajo es vergonzoso, la vergüenza es hacerlo mal. Podría pensarse que una rutina tan bien establecida fuera una defensa contra un pasado doloroso del protagonista; una sobrina llega a verlo, la hermana aparece, se menciona al padre que se haya recluido en un hogar de ancianos, Hiarayama parece interesado en el cariño de una mujer, y demás peripecias… nada de esto parece alterar el templo que limpia y mantiene a la manera de un monje budista.

Con “Días perfectos”, Wim Wenders cumple un deseo manifiesto desde hace décadas: Hacer una película como la hubiese hecho Yasujiro Ozu ahora; el documental “Tokyo ga” (1985) es un genuino homenaje al director de “Viaje a Tokyo”, el poeta de lo cotidiano y de la evanescencia de la vida. La entrevista que Wenders le hizo a Chisu Ryu, el famoso actor de Ozu, es material precioso para cualquier admirador del maestro japonés, y una verdadera sesión de voyerismo fetichista.

 

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