Donald Trump ha insistido en la existencia de una fuerza oscura y secreta que conspira contra su gobierno y contra los intereses “del verdadero pueblo americano”: el Deep State. El término se popularizó durante su presidencia; alude a una red de burócratas, agencias de inteligencia, élites y actores no electos que, según Trump, operan tras bambalinas para preservar el statu quo, boicotear gobiernos no alineados y controlar las decisiones estratégicas en Washington.
Trump ha mencionado en múltiples ocasiones al Deep State. En mayo de 2018 tuiteó: “El FBI, el Departamento de Justicia y otros están controlados por personas del Deep State que intentan sabotear mi presidencia.” En su segunda campaña presidencial volvió a hablar de “purgar el gobierno de ese aparato permanente que frena la nación”.
Citizens for Ethics documentó que del 1 de enero de 2023 al 1 de abril de 2024 Trump dijo 56 veces en su plataforma Truth Social que quiere “demoler el Deep State” mediante el desmantelamiento de la administración pública, la limitación del poder de las instituciones y los expertos y la sustitución de funcionarios de carrera por leales a él.
Los miembros del Estado profundo serían funcionarios agnósticos y expertos en áreas temáticas que brindan servicios públicos. Trump asegura que el Deep State es la principal fuerza que le impidió lograr todo lo que deseaba durante su primer mandato, saboteándolo y socavando su poder.
En abril de 2023 presentó un plan de 10 puntos para “desmantelar el Deep State” con acciones como una Comisión de la Verdad y la Reconciliación para desclasificar y publicar todos los documentos sobre el espionaje, la censura y los abusos de poder del Estado profundo. Implementar una ofensiva contra quienes filtran información del gobierno y se confabulan con los medios para crear narrativas falsas.
También establecer un sistema de auditoría independiente para monitorear las agencias de inteligencia y garantizar que no espíen a los ciudadanos ni realicen campañas de desinformación contra el pueblo estadunidense. Asimismo prohibir que los burócratas federales acepten puestos de trabajo en las empresas que regulan, como las grandes farmacéuticas.
¿Realmente existe el Deep State? ¿Es una leyenda, una teoría de conspiración o una representación exagerada de las tensiones entre el gobierno de Trump, la burocracia permanente y los poderes fácticos? Más aún: ¿cuál es el papel de las grandes empresas tecnológicas en este escenario?
Históricamente, las Big Tech (Google, Amazon, Meta, Apple, Microsoft) son vistas como aliadas ideológicas del progresismo globalista: defensoras de la diversidad, la inclusión y las causas liberales. Durante su primera presidencia, Trump acusó a las plataformas de censura sistemática, manipulación algorítmica y sesgo progresista. Denunció que Twitter (antes de ser comprado por Elon Musk) bloqueó la difusión de noticias que perjudicaban a los demócratas.
Entonces surge la paradoja: si las Big Tech eran vistas como parte del aparato que Trump bautizó como Deep State –por su alineamiento con la élite política y mediática demócrata y su capacidad de moldear a escala masiva la opinión pública–, ¿cómo explicar que en su segundo mandato las Big Tech se alinearon a su política y que una figura emblemática de Silicon Valley, Elon Musk, sea el responsable del Departamento de Eficiencia Gubernamental?
La hipótesis es que Trump no busca pactar con las Big Tech sino dividirlas. La llegada de Musk (dueño de X (antes Twitter), SpaceX, Tesla y Starlink, defensor de la libertad de expresión y la descentralización, pero propagador de noticias falsas) al círculo cercano de Trump y al gobierno podría responder a una estrategia de desmantelamiento del Deep State.
Al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (un ente de desregulación), Musk tiene la misión de reducir el tamaño del Estado, recortar burocracias, descentralizar procesos y neutralizar los circuitos de poder enquistados en Washington.
Su perfil disruptivo e innovador, su afinidad con posiciones libertarias y su confrontación abierta contra el establishment tecnológico (el despido masivo de ejecutivos de Twitter, su confrontación con Jeff Bezos de Amazon y Sam Altman de OpenAi) lo convierten en un alfil ideal para una operación de contrapeso institucional y adelgazamiento estatal.
Aquí es donde la relación entre Big Tech y Deep State se vuelve compleja. Las grandes tecnológicas no son un bloque homogéneo. Mientras empresas como Google o Meta pueden alinearse con una visión globalista y progresista, otras como X, SpaceX o Starlink, bajo el liderazgo de Musk, han desafiado a gobiernos como Alemania, reguladores en Brasil, organismos multilaterales e incluso al bloque europeo. De hecho, los satélites de Starlink se han convertido en una herramienta geopolítica autónoma e intervienen en conflictos como el de Ucrania–Rusia sin depender de la autorización de Estados Unidos.
¿Al respaldar a Trump y posicionarse en su administración como una quinta columna tecnológica, Musk y ciertas Big Tech se distancian del Deep State o conforman su propio Estado profundo privado? Si bien las grandes plataformas de internet se oponen al aparato burocrático por ser refractarias de la regulación, ellas construyen su propio poder fáctico: control de datos masivos, infraestructuras crítica como Centros de Datos, redes sociales, algoritmos, satélites y plataformas de acceso a multiservicios que superan incluso la capacidad de algunos países.
Este tecnopoder paralelo es igualmente profundo y complejo de regular. Musk, al asumir funciones gubernamentales, podría replicar los mismos vicios del Deep State clásico, ahora desde un espacio privatizado y digital, donde la eficiencia y la desregulación dan lugar a vacíos de supervisión democrática.
El Deep State no es una idea de exclusividad trumpista; cada país cree tener una nomenclatura que opera en las sombras. En Estados Unidos diversos sectores (libertarios, progresistas críticos, conservadores clásicos) han advertido sobre la existencia de redes de poder permanentes, agencias con intereses propios y vínculos entre élites económicas y estructuras gubernamentales.
Trump sólo popularizó el término, lo dotó de un rostro enemigo y lo convirtió en una narrativa. El Deep State, si existe, trasciende partidos y gobiernos. Es un entramado de intereses donde las Big Tech juegan como aliadas, como adversarias o como futuras dueñas del tablero. La presencia de Musk en el gobierno de Trump no significa necesariamente el desmantelamiento del Deep State, sino su transformación en un nuevo aparato de poder tecnodigital, con intereses, alcances y lógicas distintas, pero igualmente ambiciosas.
X: @beltmondi